Artículo escrito por Gustavo Almaraz Petrie, Presidente del Comité de Estrategia Pública de Coparmex | Vía: @SinEmbargoMX
Nos encontramos a menos de unos días de que una mujer asuma la Presidencia de nuestro país. La reciente elección marca un hito en la historia de la democracia mexicana, sumándose a los logros alcanzados en las últimas décadas, desde cuando el PRI perdió por primera vez su mayoría en el Congreso en 1997, hasta el paso a una etapa de mayor pluralidad y competencia política. Sin embargo, estos hechos no deben hacernos perder de vista la importancia de una democracia activa, que no sólo se mide en momentos de elecciones o cambios de poder. Una verdadera democracia se construye día a día, a través de una ciudadanía que se involucra y una oposición que, lejos de ser sólo una crítica circunstancial, asume un rol permanente en la vigilancia y construcción de propuestas.
En cualquier sistema democrático, la oposición es mucho más que el contrapeso natural al Gobierno en turno. Su función no se debe reducir a señalar errores o proponer soluciones alternativas durante tiempos de crisis o en el marco de reformas trascendentales. La oposición tiene una responsabilidad constante: enriquecer el debate, exigir transparencia y asegurar que las políticas públicas respondan a las verdaderas necesidades de la ciudadanía.
Por ejemplo, en el contexto de las reformas constitucionales, hemos visto una oposición que se pronuncia en contra. Sin embargo, su labor no debe limitarse a eso, sino también a brindar propuestas alternativas, debatir y fiscalizar la implementación de lo que se apruebe. De la misma manera, en temas cotidianos como la seguridad pública o la economía, la oposición debe mantenerse vigilante, asegurándose de que las decisiones no se tomen sin considerar las opiniones y el bienestar de la sociedad en su conjunto.
Cuando la oposición cumple su papel, contribuye a que el Gobierno se mantenga alerta y sea más eficiente. Pero su relevancia no debe activarse sólo cuando la coyuntura lo demanda, sino ser constante en el quehacer político diario. Un Gobierno sin oposición corre el riesgo de caer en la autocomplacencia, de asumir que sus decisiones no serán desafiadas y de gobernar de espaldas a los ciudadanos. La verdadera democracia se fortalece cuando la oposición es una presencia constante, crítica y constructiva.
De igual manera, el involucramiento ciudadano no debe limitarse a reaccionar cuando se avecinan reformas que generan polémica o cuando la estabilidad política parece amenazada. Si bien es natural que ciertas coyunturas, como una crisis económica o reformas de gran calado, motiven a las personas a participar más activamente en la vida pública, una democracia madura requiere ciudadanos que se involucren de manera permanente.
El voto es apenas el primer paso. El ejercicio democrático continúa después de la jornada electoral, cuando los ciudadanos deben vigilar, cuestionar y exigir rendición de cuentas a sus representantes. Por ejemplo, los ciudadanos deberían estar familiarizados con los legisladores que los representan, conocer sus propuestas y darles seguimiento. A través de plataformas digitales de transparencia, es posible evaluar si han cumplido con sus promesas o si han votado en consonancia con los intereses del electorado. Asimismo, la participación en consultas, debates públicos, organizaciones sociales o incluso movimientos estudiantiles es lo que verdaderamente puede transformar el rumbo de una Nación. Una ciudadanía pasiva deja en manos de unos pocos el futuro de todos, mientras que una ciudadanía activa asegura que las decisiones reflejen las necesidades y deseos de la mayoría.
El camino hacia una democracia real y consolidada en México no depende exclusivamente de las instituciones o de quienes gobiernan; también está en manos de quienes cuestionan, proponen y exigen un mejor futuro para todos. La verdadera fuerza de una democracia reside en la participación activa y cotidiana de su gente, y en una oposición que actúe como guardiana y aliada de los intereses ciudadanos.
La democracia no es un estado fijo al que se llega, sino un proceso en constante evolución que requiere atención, cuidado y, sobre todo, participación. En este sentido, el reto no es menor, pero el compromiso debe ser compartido. Solo así lograremos una democracia plena, donde todos los actores —Gobierno, oposición y ciudadanos— contribuyan al bien común, con la mirada puesta en un México más justo, libre y participativo.