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“El instante que lo cambia todo: lecciones del caso del atentado al Abogado que le costó la vida”

Artículo de Opinión escrito por: Armando Zúñiga Salinas Vicepresidente de Comunicación de Coparmex Nacional Vía@Excelsior

X: @Armando_ZunigaS

El asesinato del abogado David Cohen Sacal, ocurrido frente a una sede judicial en la Ciudad de México, ha sacudido al país y expuesto con crudeza una realidad que los profesionales de la seguridad conocemos bien: un ataque puede ocurrir en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso donde se cree que “nada puede pasar”.

La falsa percepción de que existen “zonas seguras” o de que otros son los responsables de nuestra seguridad eleva el exceso de confianza y hace que bajemos la guarda o en el peor de los casos, que nosotros propiciemos las condiciones necesarias para sufrir algún atentado. Ni los aeropuertos, ni los edificios públicos, ni los tribunales son seguros por definición o decreto. El agresor tiene todo el tiempo y está dedicado al 100% para elegir el momento, el ángulo y el entorno más favorable. El factor sorpresa es su mayor aliado; la preparación y la atención constante, los únicos escudos reales.

La falla no siempre está en la reacción, sino en la anticipación y en lo que hoy conocemos como la “contravigilancia” para tener la capacidad de identificar señales previas o alertas tempranas previas a un atentado.

Por la información con la que contamos hasta el momento, se puede suponer que los escoltas del abogado no reaccionaron a tiempo, y no por falta de valor, sino por una cadena de errores que se repiten con frecuencia en la protección ejecutiva:

1.             Exceso de confianza.

Creer que “aquí no pasa nada” o que “otros equipos protegen el lugar” es el peor enemigo de un escolta. La rutina adormece los sentidos. Un profesional de protección no debe relajarse jamás, ni siquiera en entornos institucionales o conocidos.

2.             Falsa sensación de seguridad.

Los escenarios “controlados” —como juzgados o edificios gubernamentales— suelen generar una peligrosa relajación. Pero los atacantes lo saben y aprovechan esa vulnerabilidad ya que esta sensación también la percibe el protegido y puede suponer que no necesitará de su equipo de protección.

3.             Distracciones operativas.

Cuando el escolta asume tareas de asistencia —abrir una puerta, cargar documentos o atender una llamada—, desvía su atención del entorno. Su misión no es servir, sino proteger. En el momento en que se convierte en asistente, deja de analizar el entorno, no identifica las señales previas a un ataque y no tiene la capacidad física para responder y en el último caso poder ser el “escudo” que necesita su protegido cuando todo falló.

4.             Falta de planeación y entrenamiento continuo.

Cada cuerpo de protección debe planear rutas, analizar puntos ciegos y practicar escenarios de riesgo. Recordar y poner en práctica los básicos de la “contravigilancia” que le permitirán evitar un ataque. Contar con un “COACH” de protección que desde el exterior identifique las áreas de oportunidad y debilidades para que sean corregidas, pero sobre todo que tenga el acceso al ejecutivo o al principal para retroalimentarlo sobre la importancia de su papel en el equipo de protección.  La reacción no debe pensarse, debe fluir del entrenamiento gracias a la memoria muscular que se desarrolla. 

Otro error común es pensar que la contratación de un equipo de protección por si solo, sin involucrar al ejecutivo ya provee de seguridad. El equipo puede ser profesional y estar listo, pero si el ejecutivo decide salir por otra puerta a la calle por comodidad o para comprar alguna cosa sin avisar a su equipo de protección, toda la inversión habrá sido en vano. La protección no depende solo del escolta, sino también de la disposición del ejecutivo protegido en seguir reglas básicas y entender que el sistema solo funcionará si el participa activamente. 

Cuando un ejecutivo NO toma la decisión de ser protegido y no esta convencido de necesitarlo, pero se le es impuesto, el primer error es pensar que la seguridad “estorba o incomoda”. El ejecutivo que tiene un equipo de protección debe escuchar, confiar y seguir las instrucciones de quien lo protege.

Como ya lo mencionamos, la seguridad es una relación de confianza y disciplina mutua. Un ejecutivo que ignora las recomendaciones, cambia rutas, improvisa movimientos o desatiende alertas, rompe la cadena de prevención y se convierte en el primer obstáculo a vencer teniendo otros temas en contra que se tienen que resolver todos los días. 

El liderazgo también se demuestra al permitir ser protegido.

Prevención y reacción: dos caras de la misma misión

La portación de armas de fuego en un equipo de escoltas es un tema delicado, pero fundamental. Las armas no son símbolo de poder, sino herramientas de último recurso para repeler una agresión cuando todo lo demás ha fallado.

Sin embargo, el verdadero trabajo de un escolta profesional comienza antes del disparo, con la observación e identificación de alertas tempranas, la planeación y la prevención.

Una escolta que detecta el riesgo a tiempo no necesita disparar.

La mejor victoria es aquella en la que no hubo enfrentamiento porque el agresor nunca tuvo oportunidad.

Conciencia situacional: la mejor arma invisible

En protección ejecutiva, la prevención se mide en alertas tempranas identificadas y riesgos evitados, no en balas disparadas.

El profesional debe dominar tres niveles de conciencia situacional:

• Nivel 1 – Observación: leer el entorno, detectar rostros, movimientos, cambios de rutinas, vehículos o comportamientos anómalos

 • Nivel 2 – Evaluación: interpretar patrones; reconocer a quien observa demasiado o se comporta fuera de ritmo.

• Nivel 3 – Acción: decidir en décimas de segundo si se repliega, avisa o neutraliza.

El entrenamiento debe ser físico, técnico y mental. La mente es la primera línea de defensa.

Las señales previas a un ataque existen

Ningún atentado surge de la nada. Siempre hay avisos:

                  •               Personas o vehículos repetitivos en puntos de tránsito.

                  •               Individuos que fingen llamadas o manipulan objetos cerca de la ruta.

                  •               Cambios de ritmo en el entorno justo antes del ataque.

El buen escolta no espera la confirmación del riesgo; actúa ante la sospecha razonable. Más vale prevenir una falsa alarma que lamentar una tragedia.

El entrenamiento que salva vidas

El entrenamiento táctico no basta sin una mentalidad estratégica.

Los escoltas deben:

                  •               Simular escenarios reales de estrés y alta velocidad.

                  •               Practicar extracciones y coberturas en segundos.

                  •               Entrenar reflejos, comunicación y coordinación.

                  •               Revisar rutas y protocolos antes de cada jornada.

Una escolta no es un lujo, cuando existe la necesidad es porque el riesgo de perder la vida o la libertad es inminente y es entonces cuando la debemos ver como una disciplina.

Un llamado a la profesionalización y conciencia colectiva

México cuenta con miles de profesionales de la seguridad privada que arriesgan su vida cada día. Pero este caso debe hacernos reflexionar como sociedad:

  • La protección ejecutiva no se improvisa ni se subcontrata sin estándares, se construye con entrenamiento, comunicación y confianza.
  • Las autoridades deben reforzar los procesos de certificación, control y capacitación, y las empresas —públicas o privadas— deben entender que la seguridad no es un gasto, es una inversión en vida.

Para finalizar: la mente atenta salva más que el arma lista

Los atentados se ejecutan en segundos, se planean con días o semanas, pero se previenen con meses y años de disciplina.

Recordemos siempre:

  • La distracción es el arma favorita del agresor; la atención total, la mejor defensa del protector.
  • La comunicación entre el protegido y su escolta es la diferencia entre la rutina y la supervivencia.

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