Artículo de opinión escrito por Lorena Jiménez Salcedo, presidenta de la Federación Bajío Centro | Vía Diario de Querétaro
No cabe duda que los avances tecnológicos nos han hecho la vida más sencilla en muchos sentidos. Podemos citar numerosos ejemplos, como la intercomunicación, la simplificación de tareas, una mayor eficiencia en los procesos industriales, el transporte, el fácil acceso a diversas fuentes de conocimiento o la salud, pues a pesar de la pandemia que estamos viviendo, es gracias a esos avances científicos y tecnológicos que ya contamos con una vacuna; algo inimaginable en las otras grandes pandemias que ha sufrido la humanidad y que cobraron muchos millones de vidas. Peste Negra (200 millones), Viruela (56 millones), Gripe Española (40-50 millones), Covid-19 (Poco más de 4 millones, dato del 1 de agosto de 2021).
Sin embargo, mucho se ha debatido y analizado sobre las desventajas que también supone este vertiginoso crecimiento y desarrollo de la tecnología, pues no necesariamente ha servido para elevar y mejorar la calidad de vida de la población mundial, pues son evidentes las brechas sociales, económicas, ambientales y educativas que existen entre los países desarrollados y las naciones pobres o en vías de desarrollo.
Con todo esto, se han generado discusiones que ponen en tela de juicio el valor ético y hasta moral del desarrollo tecnológico, pues a decir de algunos analistas, “sólo se privilegian unos cuantos”.
Bajo este contexto, hablemos de los algoritmos informáticos. De acuerdo a Robin Hil, un algoritmo “es un constructo matemático con una estructura de control finita, abstracta y efectiva de acción imperativa para cumplir un propósito dada una serie de criterios”. En palabras más coloquiales, los algoritmos son los responsables de que veamos ciertos contenidos cada vez que navegamos por Internet.
¿Has observado que cuando buscas información en la red sobre algún producto o servicio, inmediatamente después te llueven ofertas en múltiples ventanas que se reproducen en cada página que visitas? O cuando abres tu servicio de streaming como Netflix o Amazon Prime, siempre hay sugerencias que se adaptan a tus gustos. Pues eso, es responsabilidad de los algoritmos.
Esto quiere decir que en la actualidad, muchas de las cosas que vemos, comemos, escuchamos o utilizamos, están definidas por una inteligencia artificial basada en los algoritmos. Aquí es en donde los críticos acérrimos de la tecnología intentan alertar sobre las implicaciones y peligros que tienen en nuestras vidas.
Se les ha acusado de discriminatorios, puesto que llegan a decidir si ciertas personas son aptas o no para un determinado trabajo o un crédito financiero, basándose en el nivel de estudios, origen e incluso su domicilio, lo que a todas luces representa un sesgo, “por eso los investigadores, abogados de derechos del consumidor y reguladores han empezado a preocuparse por que los sesgos, intencionados o no, de los sistemas de aprendizaje de máquinas puedan estimular patrones de discriminación algorítmica con causas que podrían resultar difíciles de identificar”, señala el portal MIT Technology Review en su artículo: El día que los algoritmos empezaron a discriminar a la gente sin querer.
Por su parte, el escritor e historiador israelí, Yuval Noah Harari, pronostica que de seguir esta tendencia, para 2050 habrá una gran cantidad de personas que le serán indiferentes al sistema económico.
Por eso, es fundamental que exijamos que los gobiernos mejoren sustancialmente los sistemas educativos, que vayan acordes a las exigencias actuales y que además generen un marco legal que asegure la transparencia de estos procesos tecnológicos para evitar el mal uso de la inteligencia artificial en nuestras vidas. De igual manera, a los ciudadanos nos corresponde seguir reeducándonos en esta realidad a la que no podemos escapar, pues no sólo se trata de decir si la tecnología es buena o mala, pues implica muchos más temas de fondo y forma.
Debemos buscar que la tecnología sea nuestra aliada, nos ayude y sirva para trabajar de manera más colaborativa y que garantice la dignidad y una mayor y mejor calidad de vida para la humanidad, de lo contrario podría ser una herramienta peligrosa que puede afectar a muchas personas. De ahí la importancia de que los involucrados en estos procesos, desde ingenieros, matemáticos, hasta programadores y analistas de datos trabajen basados en un código deontológico que garantice el buen uso de esa información.
La ética apela a la honestidad y la integridad en todas los ámbitos de la vida y esta no es la excepción. Como ciudadanos debemos salir de nuestra caja de resonancia y ser conscientes y autocríticos de nuestros hábitos digitales y estar alertas para no convertirnos en esclavos y víctimas del algoritmo.