Autor: Valeriano Suarez Suarez
Por cada vez que tengo la oportunidad me gusta compartir la imagen de unos niños (8-12 años) jugando animada y distendidamente en un parque. Al fondo se observa una línea de bancas vacías. Esta fotografía la encontré en internet buscando otra (similar) que descubrí, hace unos años, visitando el pabellón de Dinamarca en la Exposición Universal de Shanghái (China). Al final del recorrido por aquella edificación extraordinaria -poco antes de abandonar la presentación de este país escandinavo en este evento internacional organizado para proponer mejoras a la calidad de vida en las urbes del mundo- contemple la mencionada imagen: dos niños ( 6-8 años) jugando en un parque. Al pie de la instantánea se leía algo así: “Dinamarca no está en la lista de los países con mayor producto interno bruto del mundo, pero en nuestro país los niños salen solos a la calle”.
Hace escasos días, en Estocolmo (Suecia), visité un magnífico museo dedicado al fascinante arte de la fotografía (Fotografiska). El lugar; el edificio, todo el contenido documental, gráfico y artístico. La organización y la amabilidad de quienes nos atendieron. Todo resulto una gratísima experiencia. Sin embargo hay algo, un pequeño detalle, que llamó poderosamente mi atención despertando en mí remordimiento, frustración y coraje. Llegados al guardarropa para desprendernos de paraguas y abrigo, no encontramos a dependiente alguno que custodiara nuestras prendas. Nadie para entregarnos la acostumbrada ficha con la cual poder recogerlas al término de nuestra visita (como suele existir en este tipo de establecimientos públicos). No había mas que el mobiliario necesario para colgar la ropa y las prendas de otros visitantes. Confieso que mi instinto –inmediatamente- me aconsejó cargar mis cosas durante el recorrido. Desgraciadamente, en mi paradigma, no acostumbramos a confiar así en los demás y exponer nuestras pertenencias.
Es fácil destacar el desarrollo y nivel de conciencia de cualquier país donde encontramos atributos, atractivos o ventajas de las que carecemos en México. Lo difícil es reconocer que aquello es lo natural y que nuestra cotidianidad es anormal. Incitado por mi mujer me animé a tomar el gancho, colgar abrigos y proceder –confortablemente- a iniciar nuestro recorrido por las salas del museo.
Pensé en cuantas libertades hemos perdido en nuestro país, como nos hemos acostumbrado y -lo que es aún peor- como hemos consentido y tolerado el vivir sin ellas.
¿Quién se anima a dejar salir de casa –solos- a los niños en México? ¿Cuantas llaves le echamos a la puerta y rejas a las ventanas?. ¿Quién se atreve a pasar el fin de semana, con la familia, acampando en alguno de los maravillosos lugares de nuestra geografía, como pudieran ser las costas de Guerrero, la sierra de Sinaloa o algún paraje de Veracruz o Michoacán?. ¿Como hemos tenido que adaptarnos, en las empresas, a la amarga realidad de riesgo e inseguridad que nos abruma y a que costos lo hacemos?
Claro que el desarrollo económico y la generación de riqueza son trascendentes para un país, pero esto, siempre y cuando el progreso se dé en un entorno donde prevalezca el pleno Estado de Derecho que garantice todas nuestras libertades. Una buena muestra del éxito de una comunidad y un país, son esas bancas vacías (de la imagen que refiero al comienzo del presente texto) donde los niños juegan en un parque sin que alguien los tenga que estar cuidando o vigilando.