Artículo escrito por Luis E. Durán Luján, Presidente del Comité de Difusión de Coparmex vía El Universal
Twitter: @LuisEDuran2
En los últimos meses la preocupación de las personas y de los gobiernos ha ido paulatinamente cambiando de la crisis del COVID a la crisis económica y la inflación. Es entendible, ya que estamos en niveles de inflación no vista en décadas. Sin embargo, ante ese cambio de enfoque, podemos perder de vista la que probablemente sea la crisis más importante a largo plazo en cualquier país: El retraso en los niveles educativos de los jóvenes.
Antes de la pandemia, el mundo ya se enfrentaba a una crisis de aprendizaje, donde el 57% de los niños de diez años en países de ingresos bajos y medianos padecían pobreza de aprendizaje, lo que significa que no podían leer y comprender una historia simple. Ahora, los cierres y las interrupciones de las escuelas derivados de la pandemia del COVID-19 , han profundizado esta crisis, aumentando drásticamente la pobreza en el aprendizaje y exacerbando las desigualdades en la educación.
En días recientes, diversas instituciones como el Banco Mundial y la UNESCO han publicado estudios que muestran que la pandemia causó la peor conmoción en la educación y el aprendizaje mundiales de la historia. El informe dice que ahora es el 70% de los niños que no pueden leer y comprender un texto escrito simple. Es decir, empeoró en un 23%. Si los niños no adquieren los conceptos básicos de alfabetización, junto con la aritmética y otras habilidades fundamentales, su futuro y el de la sociedad corren un grave riesgo.
Todo esto hace que sea mucho más difícil para los jóvenes adquirir las habilidades técnicas y de orden superior necesarias para prosperar en mercados laborales cada vez más exigentes, y para que los países desarrollen el capital humano necesario para un crecimiento económico sostenido e inclusivo. De hecho, se estima que la generación de estudiantes cuya escolarización se vio afectada por el COVID-19 podría perder la friolera de 21 billones de dólares en ingresos de por vida. Esto asciende al 17% del PIB mundial actual.
A nivel global los estudiantes perdieron un promedio de 141 días de clases presenciales. En nuestro país, la cifra es entre 230 y 270, dependiendo de cada estado y de la infrastructura de la institución educativa en cuestión. Como sabemos, en México se hicieron esfuerzos notables para tratar de enfrentar la falta de acceso a internet, mediante programas innovadores educativos en la televisión y la radio. Sin embargo, se está acumulando evidencia que demuestra que la capacidad de estos esfuerzos para sustituir el aprendizaje en persona fue muy baja.
Es evidente que es imperativo actuar con urgencia para atender esta pérdida de conocimientos tan importante. Lo primero es entender exactamente dónde está el aprendizaje de cada uno de nuestros jóvenes para poder diseñar programas efectivos que ayuden a recuperar lo perdido. No es un tema menor. Requiere un esfuerzo titánico.
La buena noticia es que, si logramos hacerlo bien, las políticas básicas que pueden ayudar a recuperar el aprendizaje perdido por la pandemia también pueden abordar la crisis de aprendizaje subyacente más profunda que precedió al COVID-19, acelerando el aprendizaje y brindando beneficios a largo plazo para nuestra economía y la sociedad. Hay una ventana estrecha para actuar con decisión para recuperar y acelerar el aprendizaje.
Esto requerirá un firme compromiso para trabajar en conjunto entre las autoridades educativas, el gobierno, la sociedad y, en realidad, todas las instituciones educativas públicas y particulares de nuestro país. Es momento de literalmente construir en conjunto el futuro de nuestro país.