Artículo de opinión escrito por: Lorena Jiménez Salcedo | Presidenta del Comité de Federaciones Coparmex | Vía: Excélsior.
Esta vez los migrantes no murieron quemados en el desierto de Arizona a causa del abandono de un pollero miserable. Tampoco murieron mutilados al caer de La Bestia que los lleva desde Chiapas hasta Chihuahua. Esta vez, murieron de descuido, olvido y de la desidia de un gobierno federal que ha mostrado, una vez más, que la justicia sólo es válida si aporta a la causa de su movimiento. Porque cuestionar al Presidente parece un acto de traición, porque exigir respuestas a los secretarios de Estado se convierte en un circo de omisiones y culpas ajenas.
“Me partió el alma”, nos dijo el Presidente en su mañanera, para luego arremeter contra Estados Unidos por no apoyar económicamente el desarrollo de Latinoamérica, luego culpó a los migrantes mismos de causar la tragedia. Al tiempo, el secretario de Gobernación decidió lavarse las manos y depositar la responsabilidad en el secretario de Relaciones Exteriores. Vaya exhibición de inoperancia del Estado mexicano en menos de 24 horas. Vaya insensibilidad pública disfrazada de narrativa para atemperar la tragedia.
De acuerdo con la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), en 2022 murieron en México 468 migrantes en su camino hacia Estados Unidos; es decir, que el incendio de la estación migratoria de Juárez representó —al menos— 9% del total de decesos anuales. De esa dimensión es la incapacidad y la retórica.
Culpar a Estados Unidos de la falta de apoyos es desnudar de tajo una realidad nacional: el flujo migratorio no se detiene en México porque las condiciones socioeconómicas no lo permiten, porque en nuestro país hay retos que no hemos superado, porque el combate a la pobreza hace agua y la posibilidad de brindar un bienestar generalizado aún está muy lejana. Es más fácil criticar al vecino rico, que administrar mejor nuestra casa. Es mejor decir que ellos son los egoístas.
Mientras tanto en nuestro país se tolera la incapacidad de la política pública. La incapacidad del Instituto Nacional de Migración (INM) para contar con mejores protocolos de atención y resguardo de migrantes deportados. La incapacidad de la Federación para construir un acuerdo más humano con Estados Unidos que vaya más allá de un simple convenio de expulsión-recepción de ciudadanos latinoamericanos en nuestra frontera norte. La incapacidad para resolver el problema de la población flotante ilegal que ha invadido las calles de Tijuana, Ciudad Juárez o Matamoros tras ser regresados desde Texas, Arizona o California.
La incapacidad incluso de los ciudadanos de dichas zonas fronterizas para comprender que esas personas que ven en cada esquina pidiendo limosna viven una condición de inhumanidad forzada.
No debemos esperar una acción de justicia expedita. Para la Federación el caso estará cerrado cuando se procese al ciudadano venezolano que supuestamente inició el incendio. Tampoco esperemos un compromiso profundo de reformulación del acuerdo migratorio con Estados Unidos, ni que de un día para otro cambie la política que rige el actuar de los centros de retención de migrantes a cargo del INM.
Lo que sí podemos hacer es comenzar a cambiar el discurso desde nuestras propias casas. Si creemos en lo positivo de la llegada de los “nómadas digitales” a nuestro país y en su tracción de divisas, conocimientos y rentas, podemos creer en darle ese mismo valor a un trabajador agrícola o de oficios que también aporta a la economía. Como dice Yuval Noah Harari, si continuamos invirtiendo mucho en Inteligencia Artificial y poco en conciencia humana, pronto veremos cómo “se potencia nuestra estupidez”.
Lo que sí podemos hacer es construir mayores niveles de conciencia y compasión hacia millones de historias de migración de centro y sudamericanos, caribeños y africanos que, huyendo de terribles realidades, han decidido emprender el reto de migrar. Migrar no es un delito, sino un acto de fuerte desesperación y de alta responsabilidad familiar. Migrar es humano. Tomemos conciencia.