
Artículo de Opinión escrito por Ricardo Robles Sánchez, Presidente del Comité de Estrategia Pública y Propuesta Política de Coparmex | Vía: @Forbes_Mexico.
“El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia: esa es la esencia de la inhumanidad”. Bernard Shaw
Seamos claros: todos somos cómplices del asesinato de Carlos Manzo y de cada persona que ha muerto alzando la voz en un país dominado por criminales, mientras millones guardan un silencio que alimenta la tragedia. Nos asumimos víctimas, pero pocas veces hacemos el esfuerzo de transformar nuestro entorno inmediato: nuestras familias, nuestros barrios, nuestra propia comunidad.
El alcalde de Uruapan, Michoacán, fue asesinado instantes después de cargar a uno de sus hijos durante las celebraciones del Día de Muertos. Lo mató otra víctima: un adolescente de 17 años que había desaparecido de su casa días antes, seducido por un espejismo que se desvaneció tan rápido como comenzó. Uno de esos jóvenes idénticos a aquellos cuyos padres, en reuniones comunitarias, escuchaban al propio Manzo: “No sean alcahuetes”, “pongan orden en sus casas”, “denúncienlos: es preferible que les lloren en la cárcel por unos años a que les lloren por la eternidad desde la tumba”.
Ese instante revela la raíz de nuestro desastre: dejamos crecer en silencio aquello que hoy nos devora. Toleramos —e incluso validamos— conductas que terminan alimentando el monstruo que ahora enfrentamos. Desde la casa, la escuela y la comunidad abrimos grietas que se nos regresan en la cara.
Recientemente escuché a un especialista explicar por qué tantos niños y jóvenes terminan atrapados por redes criminales. No son —como solemos pensar— la pobreza ni la ilusión de riqueza y poder lo que los acerca, sino la búsqueda desesperada de validación. En sus hogares y escuelas escuchan frases como: “no sirves para nada”, “nunca vas a llegar lejos”, “deberías ser como…”; mientras, un criminal que necesita carne de cañón sí reconoce sus habilidades: “tú eres valiente”, “tú corres más rápido”, “tú sabes esconderte”. Esos niños y jóvenes huyen de sus casas y sus escuelas para refugiarse donde sí se sienten reconocidos y valorados, aunque terminen engañados, utilizados y muertos.
Sí, todos somos responsables. Porque aunque no secuestramos ni asesinamos, preferimos mirar hacia otro lado, preferimos guardar un silencio cobarde y cómplice. “No podemos hacer nada. Son muy poderosos”, nos decimos. Pero somos nosotros quienes con nuestra indiferencia los hemos creado y empoderado. Ceci Flores, madre buscadora, lo expresó con contundencia: “Es momento de unirnos, hasta que seamos tantos que no les alcancen las balas para matarnos a todos”.
Pero esto va a terminar. Estoy convencido. No es opcional: o cambiamos, o desaparecemos. Para lograrlo necesitamos líderes que inspiren desde el ejemplo y ciudadanos dispuestos a recuperar el país desde lo cotidiano. Y los hay. Voces que empiezan a sonar cada vez con más fuerza, una fuerza que no habíamos escuchado en años.
Grecia Quiroz, viuda de Carlos Manzo, es el mejor testimonio. Sin haber terminado de llorar a su esposo ni de explicarles a sus hijos por qué mataron a su padre, decidió asumir la alcaldía para continuar su legado. “Les pido que no decaigamos, que sigamos en esa lucha que a él tanto le hubiera gustado”, dijo con una dignidad que estremece, que debería movernos.
Su voz no es la única. Poco a poco, desde diferentes frentes, comienzan a surgir liderazgos que prometen, dispuestos a confrontar a la realidad, a vencer el miedo y el silencio que encubren con complicidad nuestra terrible realidad.
El Presidente Nacional de Coparmex, Juan José Sierra, fue contundente: “La extorsión tiene de rodillas a miles de empresarios en todo el país y mata a las micro, pequeñas y medianas empresas. No podemos normalizar el miedo. Este es el momento de corregir el rumbo. De exigir un Estado que actúe con firmeza y una sociedad que acompañe con determinación”. Semanas después, el Congreso aprobó finalmente la Ley General para Prevenir y Sancionar la Extorsión.
A ello se suma una buena noticia: la llegada de José Medina Mora Icaza a la presidencia del Consejo Coordinador Empresarial. A diferencia de su antecesor, Pepe sí es un liderazgo empresarial auténtico, no subordinado ni complaciente con el gobierno. Representa diálogo firme, interlocución responsable y una visión de país: el Modelo de Desarrollo Inclusivo. Es paradójico que tal propuesta venga de la sociedad civil y no de los partidos de oposición, particularmente del PAN y su dirigente Jorge Romero quienes presumieron una nueva imagen, pero no han logrado ofrecer una propuesta de Nación.
En paralelo, la voz de los Obispos se levantó con gran fuerza moral. Mons. Ramón Castro, presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, hizo público un mensaje histórico: “Vivimos tiempos difíciles: nos dicen que la violencia ha disminuido, pero familias que lloran a sus seres queridos viven otra realidad; nos dicen que la economía va bien, pero muchas familias no pueden llenar su canasta básica. Muchos de nuestros hermanos sufren: continúan los asesinatos y desapariciones… Ante tanto dolor, no podemos callar”.
Y ahora se suma una generación inesperada: la Generación Z, convocando a niños, jóvenes y adultos mayores a exigir cambios profundos. No hay que olvidar que movimientos similares en otros países ya han derrocado gobiernos.
México está obligado a transformarse. Durante años ignoramos al monstruo mientras crecía frente a nosotros. Hoy ya no hay opción: debemos enfrentar a ese gigante. Los problemas que vivimos requieren liderazgo, valentía y, sí, incluso mártires. Nuestro país lo exige. De lo contrario, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos continuarán viviendo condenados, víctimas de la miseria humana.
Es momento de decidir: o nos arrodillamos para siempre o nos levantamos con firmeza a construir juntos el México que siempre hemos soñado. #OpiniónCoparmex



