
Artículo escrito por Carlos Chávez de Icaza, Presidente Nacional del Comité de Difusión en COPARMEX | Vía: @SinEmbargoMX
La libertad de expresión es el cimiento sobre el cual se edifica toda democracia auténtica. Sin ella, no hay rendición de cuentas, no hay contrapesos reales, y los abusos de poder quedan sepultados en el silencio. En México, este principio está siendo puesto a prueba de forma alarmante. El clima hostil hacia periodistas y medios de comunicación se ha intensificado al grado de convertirse en uno de los mayores desafíos contemporáneos para nuestra vida pública.
En los últimos años, nuestro país se ha mantenido entre los más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. Esta es una tragedia nacional. Los asesinatos, las amenazas, el acoso judicial y la estigmatización desde el poder no sólo atacan a quienes informan: hieren directamente el derecho de la sociedad a saber, a debatir, a disentir.
Esta situación no es producto de omisiones aisladas. Ha surgido una narrativa desde los espacios de poder que busca deslegitimar el trabajo periodístico, sembrar sospechas sobre los medios y reducir la crítica a una supuesta conspiración de élites. El resultado es una sociedad cada vez más polarizada, menos informada y más vulnerable a la manipulación.
La estigmatización del periodismo no es nueva, pero en nuestra era adquiere una forma más sofisticada y persistente. Se presenta como una cruzada moral contra los “medios vendidos”, cuando en realidad busca minar la credibilidad de cualquier voz que cuestione al poder. Este discurso, que se disfraza de honestidad, no construye una prensa más ética; la socava, la amedrenta y la margina.
Además, vivimos una transformación tecnológica que ha cambiado radicalmente la forma en que se consume la información. La inmediatez y el volumen han sustituido la verificación y la profundidad. Las redes sociales, con todo su potencial democratizador, también se han convertido en canales fértiles para la desinformación y la post verdad. En este entorno, la labor del periodismo profesional es más necesaria que nunca, pero también más frágil.
En este escenario, resulta indispensable reconocer que sin un blindaje efectivo para quienes informan, nuestra democracia queda inerme. Los periodistas y los medios deben gozar de un andamiaje legal sólido que disuada agresiones, sancione a los responsables y garantice la transparencia de los procesos informativos.
Al mismo tiempo, urge forjar una cultura ciudadana que no confunda la inmediatez de las redes con la certeza del dato. La alfabetización mediática —esa capacidad de cuestionar fuentes, entender contextos y desentrañar motivaciones— no es un lujo académico, sino un escudo protector contra la avalancha de contenidos engañosos.
Por último, no podemos soslayar la vulnerabilidad económica de muchos proyectos periodísticos. Una prensa independiente necesita condiciones de viabilidad que trasciendan la publicidad masiva o los subsidios estatales. Impulsar fondos de apoyo autónomos, explorar modelos de suscripción ética y fomentar alianzas público-privadas pueden ser caminos para que la prensa recupere su autonomía y siga siendo un verdadero faro de rendición de cuentas.
Defender la libertad de expresión no es una causa exclusiva del gremio periodístico; es una tarea de todos. Es la defensa del derecho a vivir en una sociedad donde el poder no se ejerce en la oscuridad, donde la crítica no se persigue, donde el disenso no se castiga. Callar al periodismo es callar a la democracia. Y si renunciamos a esa libertad, tarde o temprano descubriremos que ya no queda ninguna otra por defender. #OpiniónCoparmex