
Artículo de Opinión escrito por Carlos Aurelio Hernández González, Presidente de la Comisión Nacional de Energía de Coparmex | Vía: @MundoEjecutivo
X: @cauhdez
Petróleos Mexicanos (Pemex) cierra el sexenio 2018–2024 con una pesada losa financiera: acumuló pérdidas netas por más de 2 billones de pesos a lo largo del sexenio pasado, arrastrado por una alta carga fiscal, caída en la producción y decisiones de inversión que, en muchos casos, resultaron financieramente poco rentables.
Aunque en 2023 logró una utilidad neta de 109.9 mil millones de pesos, en 2024 volvió a caer con una pérdida récord de 620 mil 605 millones de pesos, su peor resultado desde 2019 (Pemex, Informe Anual 2023; El País, febrero 2025).
Esta situación se ha reflejado también en sus niveles de deuda y pasivo total. Al cierre de 2024, Pemex reportó un pasivo total de 3.9 billones de pesos, lo que equivale a 1.7 veces el valor de sus activos, según el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), lo que la consolida como la empresa petrolera más endeudada del mundo (Bloomberg, 2024). Esta condición ha limitado su capacidad de inversión, aumentando su dependencia del presupuesto federal y comprometiendo su viabilidad financiera de largo plazo.
Sin embargo, en los últimos meses del sexenio se comenzaron a sentar las bases de una reestructura financiera. El gobierno federal ha iniciado un proceso de refinanciamiento y gestión de vencimientos de deuda, inyectando recursos públicos para cubrir amortizaciones inmediatas.
Además, se comenzaron auditorías para racionalizar los costos operativos de la Refinería de Dos Bocas, así como revisiones al modelo de negocios de su sistema de refinación, que hoy opera con márgenes negativos debido al bajo aprovechamiento de su capacidad instalada (SHCP, 1T-2024).
En este contexto adverso, el mayor activo de Pemex sigue siendo su base de hidrocarburos. Según la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH), al 1 de enero de 2024, México cuenta con 15 mil 530 millones de barriles de petróleo crudo equivalente (bpce) en reservas probadas y probables (2P), de los cuales la gran mayoría están bajo control de Pemex. Este volumen representa un respaldo estratégico invaluable, no solo en términos contables, sino energéticos.
Si analizamos el consumo nacional de gasolinas, que ronda los 800 mil barriles diarios, según datos de la Secretaría de Energía, estas reservas serían suficientes para cubrir aproximadamente 53 años de demanda, siempre que se pudiera refinar de manera eficiente y considerando una conversión aproximada de crudo a gasolina del 50%. Aunque este escenario es teórico —pues no todo el crudo es transformable a gasolina ni se puede explotar al mismo ritmo—, sí revela la dimensión del patrimonio energético de Pemex.
El valor económico de esas reservas también es significativo. A un precio promedio actual de 62.64 USD por barril (WTI, mayo 2025), el valor bruto de los 15 mil 530 millones de barriles asciende a más de 973 mil millones de dólares. Este valor supera en más de ocho veces su deuda financiera actual, que ascendió a 101 mil millones de dólares. Esto ofrece un argumento contundente sobre la necesidad de preservar y valorizar el portafolio de hidrocarburos del país como un activo estratégico.
El reto está en convertir ese valor potencial en resultados reales, sostenibles y eficientes. Para ello, la nueva administración deberá tomar decisiones basadas en criterios técnicos y de mercado, no políticos. La reestructura debe profundizarse con mayor disciplina financiera, cero corrupciones, alianzas estratégicas en exploración y producción, y una revisión urgente del régimen fiscal de Pemex, que le quita rentabilidad a pesar de sus pérdidas.
Pemex es una empresa emblemática, pero herida. Hoy, sus reservas le dan un horizonte; su reestructura, una posibilidad. Transformarla en una compañía eficiente, sustentable y competitiva es no solo posible, sino necesario para garantizar la seguridad energética y financiera del país.