Artículo de Opinión de Lorena Jiménez Salcedo, Presidenta de nuestro Centro Empresarial Coparmex Querétaro.
Algunas llegaron con cacerola en mano y otras más pancartas y pañuelos verdes y morados. Unas fueron en grupo y otras muchas llegaron solas. Unas llegaron en coche y otras caminado, pero todas, indiscutiblemente todas, llegamos con furia, con indignación, con lamento y con enojo por la sordera e indiferencia de las autoridades, pero también con angustia por nosotras, por unas y por todas.
Llegamos las de aquí, de Querétaro, como también llegaron muchas otras al Palacio Municipal en Ciudad Neza, al Zócalo en la Ciudad de México, o a la Glorieta de los desaparecidos en Guadalajara. Hubo las que llegaron al Monumento a la Patria en Mérida, o al parque de la Juventud en Tuxtla Gutiérrez. Más de 20 ciudades hicieron lo mismo.
No hay cifras, de las muchas que ya hemos expresado, que permitan dimensionar nuestro hartazgo, nuestro miedo, nuestra pena. Tampoco hay cifras que hayan apresurado aún más las respuestas, las políticas públicas esperadas, el sentido de urgencia que tanto demandamos.
Porque a la violencia contra las mujeres sólo ha habido silencio, sólo ha habido sordera y uno que otro intento distractor como la venta de boletos de una rifa. Por eso no pocas respondimos con gritos, con demandas, con reclamos claros o con porras apresuradas. Respondimos caminando una a un lado de otra, comentando historias, recordando a las víctimas, denunciando a los acosadores, haciendo equipo y haciendo también conciencia.
Y ahí, en respuesta a tanto agravio y a tanto miedo, también supimos cantar, bailar, tomarnos de la mano, reencontrarnos en un esfuerzo de conciencia nacional, reconocernos iguales, como si hubiéramos ido a un reencuentro de hermanas entrañables. Supimos corear desde “El estado no me cuida, me cuidan mis amigas”, hasta el “Con falda o pantalón, respétame cabrón”. Supimos levantar carteles: “Tranquila hermana aquí está tu manada”, “Somos el corazón de las que ya no están”, “¿Te cansas de oírlo? nosotros de vivirlo”, “El Estado opresor es un macho violador”, y hasta una niña de 5 años con cartulina muy en alto: “Mamá no te preocupes, hoy no estoy sola”.
De repente caminando se perdió Sofía, una niña de 6 años que caminaba con todas. No había micrófono, pero un puño en alto nos puso en silencio a todas. Nos organizamos, nos agachamos, nos callamos. Fuimos todas por ella y, tras unos momentos, la encontramos. Festejamos con júbilo la fuerza de la unión.
No fue sólo un ¡ya basta!, sino un ¿qué sigue?. No fue sólo un reclamo ensordecedor, sino el florecer de un juicio integrador, fue la creación de una red nacional que reclama ( y reclamará) un alto al feminicidio y un fin al acoso, pero que también aboga (y abogará) por la igualdad negada y por la pobreza marcada a todo el ancho de nuestro territorio con rostro de mujer.
Fue también una oportunidad de iniciar un cambio de conciencia en las nuevas generaciones, de re explicar a los niños y niñas la igualdad, el respeto, la equidad y la justicia. De hacer el cambio positivo que queremos para México desde nuestra acción y desde nuestra familia. Fue un hacer con nuestras manos, la historia que nos han prometido, y la historia que nos han negado.
Fue caminar por cada una, pero también fue caminar por todas.
Fue también saber quedarse en casa este lunes 9 de marzo, mostrando lo que 21 millones de mexicanas que tenemos un empleo podemos hacer, lo que representamos, lo que aportamos. Fue un llamado al gobierno, pero también a las empresas y a la economía. Fue un llamado a todos y todas. Fue un llamado a México.
Hoy tengo esperanza porque he visto rostros voluntariosos llenos de energía, llenos de vida, de talento, de compromiso y de unión. He visto mujeres que no se doblegan, que se han sentido empoderadas, dignificadas, apoyadas. Sé que en la marcha no estaban unas, sino todas, sé que el futuro es femenino, y sé que ese futuro está rabioso. Sé, como la hermosa y triste canción de Vivir Quintana, que ayer: “retumbó en sus centros la tierra, al sororo rugir del amor”.