
Artículo de opinión escrito por: Miguel Ángel Castro Palomino | Presidente de la Comisión Nacional de Educación de COPARMEX | Vía: @elsolde_mexico
En los próximos días, millones de niñas, niños y adolescentes volverán a las aulas. Para muchos, será un reencuentro con sus compañeros, maestros y rutinas; para otros, el inicio de un ciclo que debería representar esperanza y posibilidades. Sin embargo, la realidad es que el sistema educativo que los recibirá sigue sin garantizarles las condiciones dignas, seguras y de calidad que la Constitución les reconoce como derecho.
La educación mexicana arrastra problemas estructurales que no pueden seguir postergándose. En regiones del sur y sureste, miles de escuelas carecen de servicios básicos, conectividad o infraestructura adecuada, lo que limita el aprendizaje y perpetúa las desigualdades. A ello se suma un dato alarmante: el rezago educativo afecta al 19.4% de la población y va en aumento desde 2016.
No basta con abrir las puertas de las escuelas. El verdadero desafío es asegurar que al cruzarlas, los estudiantes encuentren entornos funcionales, docentes respaldados, materiales suficientes y procesos pedagógicos capaces de desarrollar su máximo potencial. La calidad educativa no es un lujo: es una urgencia nacional.
Los resultados de la prueba PISA 2022 nos recuerdan la magnitud del reto. México ocupa el lugar 35 de 37 países de la OCDE. Apenas el 34% del alumnado alcanzó el nivel mínimo esperado en matemáticas y solo 1% logró niveles de excelencia en lectura, frente al 7% promedio internacional. No se trata de estadísticas frías: detrás de cada porcentaje hay historias de oportunidades limitadas y sueños pospuestos.
Invertir en educación significa sembrar las bases de un país más justo, competitivo y próspero. Es apostar por el talento de cada niña y cada niño, por el desarrollo de sus habilidades y por la construcción de un futuro donde todos puedan desplegar su potencial. Cuando la educación se asume como prioridad real, deja de ser un discurso para convertirse en un compromiso que transforma vidas.
Pero apostar por la educación no solo implica recursos; exige visión, continuidad y un pacto social que la coloque por encima de coyunturas políticas. Requiere que autoridades, docentes, familias y sociedad trabajemos juntos para que la escuela sea un espacio de aprendizaje profundo, de seguridad y de inspiración para cada estudiante.
Necesitamos una agenda educativa que coloque al estudiante en el centro, con estrategias basadas en evidencia, innovación pedagógica y formación docente continua. Un modelo que prepare a las nuevas generaciones para un mundo donde la inteligencia artificial, la digitalización y la automatización transforman el trabajo y la vida cotidiana.
El regreso a clases no debe ser solo un acto administrativo. Es un momento para reafirmar que la educación es el camino más seguro hacia un México mejor. Si no actuamos con decisión, seguiremos graduando generaciones que el sistema dejó atrás antes incluso de darles la oportunidad de comenzar.
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