Artículo de opinión escrito por Lorena Jiménez Salcedo, Presidenta de la Comisión Nacional de Bienestar Social de Coparmex | Vía @Excelsior
La prueba PISA no vino a darnos nuevos datos (ni otros). Ha sido consistente —desde hace años— en decirnos que la educación ofrecida en México no es de calidad.
Los resultados recién divulgados vuelven a mostrar que en las tres áreas clave del aprendizaje (matemáticas, ciencias y lectura), nuestro país no logra salir de la parte baja de la tabla, en comparación con los países miembros de la OCDE y/o con otros países de ingresos medios.
En las tres áreas hubo retrocesos con respecto a la evaluación de 2018.
Sólo 34% de los estudiantes mexicanos alcanzó el nivel dos de competencia en matemáticas (de seis módulos evaluados), lo que significa que pueden resolver problemas matemáticos rutinarios y aplicar dichos conceptos a situaciones cotidianas. En ciencias fue sólo 33% los que lograron el mismo nivel dos de seis, es decir que pueden explicar fenómenos científicos y aplicarlos en situaciones de la vida cotidiana.
En lectura, tan sólo 44% de los estudiantes alcanzaron el nivel 2 que es igual a comprender y responder a textos complejos. El resto de todos los estudiantes logró apenas el nivel uno1 de seis.
La situación se agrava por sexo. 62% de los varones no logró habilidades del nivel 2, pero en el caso de las mujeres fue 69 por ciento.
Cierto que los resultados arrastran el efecto negativo provocado por el impacto que tuvo covid-19 en la educación y por el cambio regular de modelo educativo con el que se ha experimentado desde hace décadas, pero la prueba viene a reiterar hoy cómo dos de cada tres estudiantes mexicanos no alcanzan el nivel básico de aprendizajes en matemáticas, ciencias o lectura, lo que los inhabilita desde ya para sortear y enfrentar con éxito los desafíos de la vida adulta en una sociedad moderna. Más allá, los condena por anticipado a nutrir de manera relevante las filas de los empleos precarios y a mantener la escalera social inamovible.
Porque los más afectados son —como siempre en un modelo imperante de desigualdades— los más pobres. En México, a menores recursos, menor probabilidad de tener acceso a escuelas bien equipadas, maestros capacitados y materiales educativos adecuados.
También afectan ciertos factores del modelo mismo de enseñanza. En nuestro país se sigue apostando por la memorización en lugar de un proceso de aprendizaje activo, lo que está limitando el desarrollo de las habilidades de pensamiento crítico y resolución de problemas de los estudiantes. Si a esta estampa le agregamos cargas ideológicas y errores de redacción en los libros de texto se le está poniendo el pie al estudiante desde el diseño mismo de la política pública de educación.
Pero la razón más relevante de la mala nota estudiantil es la consistente falta de inversión mexicana en educación. En México gastamos muy poco en cada estudiante: en primaria apenas se
eroga un tercio de lo que invierten en promedio 38 países miembros de la OCDE, y en secundaria la diferencia de gasto con respecto al resto de los países aumenta. En preparatoria la apuesta no es mayor, lo que crea un embudo estructural que restringe las posibilidades de todo alumno a lograr alcanzar la universidad, o lo que es lo mismo: a mayor grado de estudios menor inversión por estudiante.
El problema no es exclusivo del diseño educativo de los anteriores gobiernos como han dicho diferentes voceros de la actual administración. No sólo la inversión por estudiante ha caído, el gasto unitario para capacitación docente en 2024, piedra fundamental de una mejora educativa, será inferior a 200 pesos. Con ese monto se espera tener maestros de altas habilidades y cualidades para impulsar a los 24 millones de niñas y niños en educación básica y a los cinco millones inscritos en media superior. El escenario ya era malo, pero la apuesta presupuestal lo hace percibir peor.
Quizás desde la Secretaría de Educación Pública se está pensando en replicar el modelo de Vietnam, esa nación asiática que, con una inversión por estudiante inferior a la de México, logró mejores puntajes en la prueba que nuestros educandos. ¿Cómo lo hizo? Redireccionando el gasto educativo hacia la preparación magisterial, creando mejores condiciones para la enseñanza al invertir más en capital humano, dotando a las y los profesores de soft skills y herramientas tecnológicas. En resumen: sofisticando las capacidades educativas de los maestros desde antes de llegar a las aulas.
El reto es multifactorial. Aún no superamos las tasas de bajo rendimiento por malnutrición ni es posible garantizar el acceso escolar universal. Avanzamos lento en la incorporación de la tecnología y lejos estamos de una infraestructura óptima. Por ello México se ha movido muy poco de los puntajes que hemos obtenido en PISA desde el año dos mil. Casi no hemos avanzado nada.
Para mejorar los resultados de la prueba debemos tomar medidas para reducir la desigualdad en el acceso a la educación, aumentar y direccionar mejor la inversión pública y promover un cambio cultural en la forma de aprender. La misión es desarrollar pensamiento crítico en maestros y alumnos y crear desde las aulas mejores trabajadores y ciudadanos. No podemos darnos el lujo de ser una nación de reprobados.