Artículo de opinión escrito por Rosa Marta Abascal, Vicepresidenta de Desarrollo Democrático | Vía: @Excelsior
X: @rmabascal
Cuando una sociedad llega al límite de soportar injusticias, desigualdades, deshonestidad, falta de transparencia y el poder concentrado en unos cuantos, inevitablemente comienza a gestarse un cambio social profundo. Esta tendencia no sólo es observable en el presente, sino que tiene sólidos antecedentes históricos que demuestran cómo las naciones, a lo largo de décadas, han luchado por transformar su realidad en busca de justicia y libertad, aunque esto no siempre desemboque en las mejores decisiones.
Este fenómeno se basa en una realidad: los seres humanos tienen un umbral de tolerancia para la injusticia, y una vez cruzado ese umbral, la movilización social y el cambio de rumbo se convierten en una respuesta natural. Existen múltiples ejemplos de estos procesos que llevan décadas de gestación, consolidación y asentamiento hasta alcanzar un equilibrio.
La Revolución Rusa, que se manifestó en 1917, fue precedida por años de descontento acumulado debido a la opulencia y la miopía del régimen zarista, la pobreza extrema y las derrotas militares. La Revolución de 1905 fue un preludio de lo que estaba por venir y, tras décadas de lucha y preparación, los bolcheviques lograron derrocar al régimen zarista, instaurando un nuevo orden comunista que, a su vez, tardó más de medio siglo en ser derrocado, hasta que la Unión Soviética se disolvió el 26 de diciembre de 1991.
Por su parte, el Movimiento Solidaridad en Polonia, que se desarrolló entre 1980 y 1989, fue ocasionado por el descontento con el régimen comunista que se venía gestando desde la imposición del comunismo en la posguerra. A lo largo de las décadas, el malestar creció y, en 1980, la formación del sindicato Solidaridad, encabezado por Lech Walesa marcó el inicio de un cambio irreversible. Este movimiento culminó con la caída del régimen comunista polaco en 1989, tras casi una década de luchas pacíficas y negociaciones.
Otro proceso ejemplar fue la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia, en la que la disidencia contra el comunismo se había manifestado desde la Primavera de Praga en 1968. Durante más de dos décadas, la oposición pacífica y la resistencia intelectual, encabezadas por Václav Havel, fueron preparando el terreno para un cambio. En 1989, las protestas masivas condujeron a una transición pacífica y ejemplar hacia la democracia.
México está experimentando actualmente un proceso que implica un cambio de visión y de rumbo con López Obrador. Este movimiento, conocido como la Cuarta Transformación, refleja un deseo profundo de cambiar un sistema percibido como corrupto e ineficaz. AMLO ha prometido erradicar la corrupción, aumentar la inclusión social y fortalecer la soberanía nacional. Sin embargo, la marcada corrupción que viven sus más cercanos, y la exclusión de los más pobres de los pobres y de las clases medias, inevitablemente conducirán a una reflexión que terminará por desbancar este proceso que pretende cambiar el rumbo de México.
El camino para remediar las injusticias y lograr una verdadera inclusión en México es largo y complicado. La historia demuestra que las transformaciones profundas no ocurren de la noche a la mañana. Los cambios estructurales y culturales requieren tiempo, esfuerzo sostenido y, a menudo, enfrentan una resistencia significativa. La experiencia de países como Polonia, Rusia y Checoslovaquia indica que décadas de preparación, con una visión de estadista, con transparencia, con respeto a las instituciones y con una inquebrantable separación de Poderes, son necesarias para lograr un equilibrio democrático que desemboque en una verdadera transformación donde todos quepamos.
Se necesita tiempo y perseverancia para superar las injusticias y establecer un camino sólido hacia la inclusión y las instituciones democráticas. En ese camino, Coparmex continuará siendo “la conciencia del sector empresarial” y seguirá impulsando el Modelo de Desarrollo Inclusivo, como el único camino viable para un México próspero y el Estado de derecho como única vía para el equilibrio democrático.