
Artículo de Opinión escrito por: Armando Zúñiga Salinas | Vicepresidente de Comunicación de Coparmex Nacional | Vía: @laprensaoem.
X: @Armando_ZunigaS.
Hay noticias que uno desearía no tener que escribir. El asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Alberto Manzo Rodríguez, es una de ellas. Porque más allá del cargo o del nombre, detrás de cada hecho como este hay una tragedia humana y un país que sigue perdiendo vidas, esperanzas y confianza en sus instituciones.
No se trata de un hecho aislado ni de un número más en las estadísticas. Es el reflejo de lo que millones de mexicanas y mexicanos sentimos cada día: miedo, enojo, impotencia. Desde COPARMEX y nuestros 71 Centros Empresariales condenamos con absoluta firmeza este crimen y expresamos nuestra solidaridad con la familia del alcalde y con toda la comunidad de Uruapan, que hoy sufre el dolor de la violencia en carne propia.
Pero más allá de la condena, debemos decirlo con claridad: la seguridad en México no puede seguir siendo una promesa incumplida.
Garantizarla es responsabilidad del Estado, pero también es la condición mínima para que podamos trabajar, invertir y vivir en paz. Sin seguridad no hay economía que resista, ni empresa que crezca, ni familia que duerma tranquila.
Hace poco, en el Foro de Seguridad 2025 de COPARMEX, escuchamos al general Francisco Nieto, secretario de Seguridad de Uruapan. Habló de la falta de recursos, de la carencia de equipo, y de la valentía con la que su alcalde decidió enfrentar el problema fortaleciendo a su policía local. Hoy ese esfuerzo se ve truncado por una bala. Y eso debería dolernos a todos.
Por eso, desde el sector empresarial reiteramos un llamado urgente: México necesita una estrategia nacional de seguridad que funcione. Una que coordine esfuerzos, que se enfoque en prevenir y no solo en reaccionar; que establezca metas claras, resultados medibles y rendición de cuentas. Y también necesitamos sumar a la sociedad civil, a las cámaras empresariales y a las organizaciones ciudadanas, porque la seguridad no se resuelve con discursos, sino con corresponsabilidad.
No podemos resignarnos a vivir con miedo ni aceptar que la violencia sea parte del paisaje. La paz no es un privilegio: es un derecho.
Y ese derecho solo se construye con valentía, unidad y liderazgo.
Cuando la violencia toca la puerta del poder, ya está dentro de todos nuestros hogares.
Y cuando el miedo se vuelve cotidiano, es el momento de que los ciudadanos, los empresarios y las autoridades demos un paso al frente.



