Artículo escrito por Yaya Arévalo, Presidenta del Comité de Promoción y Activación de la RSE de Coparmex vía El Heraldo de México
El trabajo periodístico debe cumplir con muchos atributos por su importancia en el ámbito social; otros son de naturaleza deontológica. El periodismo debe ser profesional, objetivo, honesto, impecable, oportuno, trascendente. Sin embargo, durante los últimos meses, se ha notado en México una correlación negativa del periodismo y su realidad, expresada en ataques, brutalidad, secuestro y muerte de hombres y mujeres dedicados a la tarea informativa. La impunidad parece ser un sello distintivo. Pero también la aparente insolvencia para resolver la incógnita de los ataques y muertes, frente a algo muy parecido a la insensibilidad de una sociedad atrapada en sus propias tribulaciones.
Esta colaboración no trata sobre el profesionalismo del trabajo periodístico -que por descontado nos parece que es positivo- sino sobre el asesinato. El lamentable hecho del asesinato de periodistas.
Está claro que el periodismo en México es una profesión de altísimo riesgo. Más que en zonas de guerra. Los ataques y muertes de periodistas son cotidianos. La desaparición y muerte de activistas ambientales y luchadores sociales también son sucesos que lastiman, duelen, y nos hacen dudar sobre la realidad de un país que no ha logrado el orden interno.
La violencia constituye un fenómeno negativo que se autoreplica y multiplica. Demuestra que México es un país enrarecido. La muerte ha dejado de ser ese fenómeno al que nos asociamos desde el chiste, la burla, o la canción pícara. Se ha normalizado, lo que es aún peor. ¡Sí! En este contexto casi irreal -por su carácter negativo-, las y los mexicanos parecemos (o quizá somos) insensibles ante la pérdida de vida de otros mexicanos vulnerables.
Y es que las muertes de personas por hechos delictivos e inseguridad ya no conmueven, ni generan asombro. Nos encogemos de hombros como si esa realidad vista en los medios de comunicación fuera legítimamente una realidad real; sutil paradoja, conceptual y filosófica, que incluso la neurociencia aborda y estudia.
La muerte en México pasó a convertirse en cifra. La muerte de periodistas y activistas, en una referencia mediática de nuestra realidad. A diario cambia y a nadie conmueve. Quizá no importe mucho. La Secretaría de Gobernación de México confirmó recientemente que 252 periodistas habían sido ejecutados desde diciembre de 2006 hasta el 8 de marzo de 2022. De éstos, 58 durante el actual gobierno. Pero ya son cuatro más. A finales de marzo de este año, Armando Linares fue asesinado en Zitácuaro, Michoacán. Y apenas el cinco de mayo mataron al columnista Luis Enrique Ramírez, en Culiacán, Sinaloa; cuatro días después en Cosoleacaque, Veracruz, Yesenia Mollinedo, directora del semanario El Veraz, y la camarógrafa Sheila Johana García también fueron asesinadas. Con ellos suman 11 periodistas asesinados en México en 2022. El prestigiado diario español El País, escribió el pasado 9 de mayo: “La matanza de periodistas no da tregua en México” y agregó: México “… se ha convertido en el (país) más peligroso del mundo para la prensa”.
Es una dura realidad que obliga a investigar qué pasa.
Como mujer, empresaria y dirigente empresarial llamo a la conciencia de todas y todos para que nada de esto pase al olvido. ¡No más! Cada vida cuenta aquí y en todas partes. El periodismo es una profesión tan importante y valiosa como el resto. Las y los profesionales merecen respeto, protección, seguridad física, estabilidad social, empleo digno, salario justo.
Es inadmisible la violencia y abuso en contra de ellas y ellos, o que se eliminen personas como método de control informativo. Me niego a pensar en un México donde las y los periodistas vivan amordazados o que sean asesinados por la naturaleza de su trabajo. La libertad de pensamiento y expresión es un derecho humano. ¡Que jamás se nos olvide! La seguridad, también.
En México, las muertes de periodistas también nos duelen.