Este país ya no puede más. No puede seguir bajo la misma ruta de violencia desbordada.
Hablar de que este es el sexenio más violento de la historia de nuestro país, no debe ser sinónimo ni de normalizar la violencia ni de asumir cada homicidio o delito como una cifra, pues detrás de estas afirmaciones están vidas perdidas, dañadas o rotas.
Al día, en promedio, se pierden más de 80 vidas, ¿Qué es lo que estamos haciendo mal?
Esa es una de las reflexiones principales sobre las que giró el diálogo que sostuvimos en el Encuentro entre Empresarios y Obispos el 3 de julio pasado y en el que destacamos que como sociedad no podemos quedarnos cruzados de brazos. A partir de ese encuentro convocado por la Conferencia del Episcopado Mexicano, la Confederación USEM, el ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara y nuestra organización empresarial, queremos compartir algunas reflexiones en esta Señal COPARMEX.
Lo primero, reconocer la realidad: México vive una crisis, no podemos ni debemos tapar el sol con un dedo
La incesante y creciente violencia que vivimos a lo largo y ancho del país, las muertes y desapariciones de tantas personas, el impacto del crimen organizado, la migración forzada, la extorsión, la conflictividad social y política, son signos de una crisis que nos ha robado la tranquilidad a todos.
En las últimas semanas pareciera haberse perdido el control; igual se ataca a funcionarios públicos que se cometen masacres, se asesina periodistas, se usan minas explosivas, se quita la vida a líderes sociales o se revelan acercamientos entre personajes de la delincuencia con autoridades.
Se ha descompuesto nuestro tejido social ante lo cual los obispos y empresarios de México reconocemos que estamos llamados a ser promotores de paz, a caminar juntos y a ser agentes del cambio en nuestras comunidades.
Las autoridades no pueden solas, la sociedad y las familias tenemos mucho qué hacer
La justicia y la paz no se entienden la una sin la otra; procurar la justicia significa darle a cada uno lo que le corresponde. Quien trabaja, por ejemplo, merece un ingreso justo que permita vivir con dignidad a esa persona y su familia. Hoy, es claro que muchos jóvenes no identifican con facilidad ese modo honesto y digno de vivir, y los incentivos a sumarse al crimen organizado parecieran mayores pese a los riesgos que implica. Si bien la impunidad es otro enorme aliciente, la falta de oportunidades para educarse, trabajar y contar con un salario digno son otro desafío. Es claro que una parte de la responsabilidad recae en la autoridad, pero otra muy importante en la sociedad.
De la misma manera, es lo que ocurre con la formación en valores. Se equivocan los padres que piensan que las escuelas o colegios son los responsables de formar a sus hijos como auténticos ciudadanos. La formación comienza y se completa en los hogares, la responsabilidad no es única ni recae en los docentes ni en las autoridades educativas. En ello también la sociedad tiene una enorme responsabilidad, y más aún, el núcleo social que es la familia.
El Estado de Derecho se conforma por leyes, autoridades que las cumplan y las hagan cumplir, pero también por ciudadanos responsables que rijan su vida bajo ese marco legal. Si el sistema de justicia tiene fallas, es responsabilidad de la autoridad; pero eso no justifica que haya ciudadanos que busquen “dar la vuelta” a la ley o que pretendan corromper a la autoridad.
La paz necesariamente pasa por la impartición de la justicia, así como por un Estado de Derecho que sustente y asegure un orden justo para todos, y restablezca las condiciones indispensables de legalidad y transparencia, que nos permitan avanzar hacia una realidad distinta y mejor.
¿Qué hacer?
Te invitamos a reflexionar y a actuar porque cada uno tiene algo que aportar para cambiar el rostro de nuestro país. La suma de cada esfuerzo puede lograr que juntos comencemos a revertir esta difícil situación. Hay esperanza: ¡Nadie es mejor que todos juntos!