
Artículo de Opinión escrito por Angel García-Lascurain Valero Socio Director de AMCG/TANTUM. Vicepresidente Nacional de Coparmex y Presidente del Consejo Consultivo Nacional del IMEF| Vía: @ElFinanciero_Mx
Este cambio no solo fortalecerá la competitividad global de México, sino que también tendrá un impacto social positivo al generar empleos mejor remunerados y crear las condiciones para tener un desarrollo regional más balanceado.
La nueva administración de Donald Trump está provocando una profunda disrupción en el orden internacional que se había consolidado tras la Segunda Guerra Mundial. Con un enfoque marcadamente unilateral, con una gestión desordenada y errática, su gobierno ha cuestionado alianzas tradicionales, desafiado instituciones multilaterales y adoptado una política exterior basada en el proteccionismo y la confrontación. Lo que está ocurriendo en Estados Unidos, más allá de la personalidad de Trump, no es un evento aislado, se da en el marco de dos grandes transformaciones que ya se venían dando en los últimos años: la tendencia hacia la desglobalización y el auge del autoritarismo.
Por un lado, hemos visto la reubicación de cadenas de suministro, el aumento del proteccionismo y el nacionalismo económico, la fragmentación de mercados y la búsqueda de un menor intercambio transfronterizo de bienes, servicios, capitales e información en algunas regiones. La globalización sigue siendo un motor clave del comercio y la tecnología, pero está cambiando su forma. En lugar de una globalización abierta y sin restricciones estamos viendo un mundo más fragmentado, con bloques económicos regionales, una creciente disputa entre las superpotencias económicas (Estados Unidos y China) y mayor énfasis en la seguridad nacional y económica.
Por otro lado, diversas sociedades han comenzado a alejarse de los valores democráticos y a inclinarse hacia modelos más autoritarios. La historiadora y periodista Anne Applebaum lo describe como “el desencanto con la democracia y la seducción del autoritarismo”. Señala que los regímenes autoritarios modernos no están llegando al poder con golpes de Estado tradicionales, sino que usan tácticas más sutiles: la erosión gradual de las instituciones, la promoción del nacionalismo y el populismo, el control de la información y el desprecio por los valores democráticos o la separación de poderes en favor de un poder más centralizado. Entre las causas de este fenómeno se ha identificado, entre otros, a la profundización de la desigualdad, a pesar del crecimiento económico continuo en los últimos treinta años, la migración creciente y un sentimiento de falta de oportunidades. Muchos ciudadanos en diferentes países parecen percibir que la democracia beneficia solo a las élites y no atiende sus necesidades. La fragmentación política y la incapacidad de los partidos tradicionales para responder a los problemas de la gente han debilitado la confianza en la democracia.
Con este enfoque, el autoritarismo proviene de políticos carismáticos y elegidos democráticamente que, poco a poco, prometen cambios a sus sociedades y transforman el sistema para su control. Applebaum analiza a figuras como Orban en Hungría, Kaczynski en Polonia, así como Donald Trump y Vladimir Putin, que han utilizado tácticas similares para debilitar la democracia desde adentro. En México, lo estamos sufriendo de forma directa con el control del Poder Judicial, el debilitamiento del sistema electoral y la concentración de las decisiones en un marco de reducida transparencia y desaparición de contrapesos.
Estas transformaciones han generado incertidumbre en el sistema global, debilitando normas y acuerdos que habían sido pilares de la estabilidad internacional durante décadas, y están moldeando un nuevo equilibrio de fuerzas. Es una profunda transformación del orden internacional. Estamos en un tablero de ajedrez. Los países están moviendo sus piezas y analizando sus próximos movimientos. En lugar de una economía global interconectada, comienzan a surgir bloques comerciales y tecnológicos liderados por grandes potencias: Estados Unidos y Norteamérica (T-MEC), China y su esfera de influencia (BRICS, Iniciativa de la Franja y la Ruta), Europa (la Unión Europea, pero con menor dependencia de China y Estados Unidos).
Este nuevo orden y la reconfiguración de la globalización presentan a nuestro país riesgos muy importantes, pero también una oportunidad histórica para consolidarse como un actor industrial y tecnológico estratégico en Norteamérica. México debe resaltar su papel fundamental en la economía regional, enfatizando que su industria es una pieza clave en la cadena de suministro de Estados Unidos. Es esencial fortalecer el discurso de que el crecimiento económico de México también beneficia a Estados Unidos y a Canadá, ya que una economía estable en el sur contribuye a reducir la migración y a fortalecer la competitividad regional. Es crucial que México reconfigure estratégicamente su participación en la economía de Norteamérica, pasando de ser un país manufacturero de bajo costo a uno que agregue mayor valor a sus productos. Esto implica fomentar la innovación, la adopción de nuevas tecnologías y el mayor desarrollo de sectores estratégicos como la industria automotriz, aeroespacial y electrónica.
Para ello, será necesario enfrentar varios desafíos. Entre ellos, la reducción de la inseguridad y el fortalecimiento del Estado de derecho, así como el establecimiento de reglas claras para los inversionistas, especialmente en el sector energético. También es fundamental impulsar el desarrollo del talento en manufactura avanzada y tecnología, reducir la burocracia y agilizar los trámites para facilitar la inversión y el comercio. Además, la ampliación y mejora de la infraestructura y la logística, junto con una mayor integración de cadenas productivas con un mayor valor agregado nacional, contribuirán a fortalecer la economía y mejorar la competitividad global de México. Habrá que ver en qué medida el Plan México atiende estas condiciones.
El gobierno mexicano debe adoptar una diplomacia estratégica, que trascienda la política exterior tradicional. Es fundamental un enfoque proactivo, pragmático y orientado a resultados, que facilite la atracción de inversiones y la consolidación de México como un actor clave en Norteamérica y el mundo. Convertir los desafíos en oportunidades será esencial para impulsar el desarrollo económico del país con una visión estratégica de largo plazo. Este cambio no solo fortalecerá la competitividad global de México, sino que también tendrá un impacto social positivo al generar empleos mejor remunerados y crear las condiciones para tener un desarrollo regional más balanceado, integrar a las Mipymes a las cadenas productivas de alto valor y fomentar un crecimiento económico más sostenible e inclusivo.