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Diálogo empresarial para una nueva integración: seguridad, inversión y competitividad.

Artículo de Opinión escrito por: Armando Zúñiga Salinas Vicepresidente de Comunicación de Coparmex Nacional Vía@Excelsior

X: @Armando_ZunigaS

Durante la pandemia de COVID-19, la proximidad geográfica se consideró una ventaja clave para mantener en funcionamiento las cadenas de suministro. Sin embargo, el mundo ha cambiado rápidamente. Las tensiones geopolíticas, la reconfiguración del comercio global y el cambio en los motores de crecimiento han transformado las reglas del juego. La cercanía física debe ir acompañada de una alianza estratégica basada en confianza, cooperación y objetivos comunes para ser verdaderamente competitiva.

Estados Unidos ha comenzado a redefinir su modelo económico. Busca dejar atrás una etapa de crecimiento sostenido basado en deuda para transitar hacia un nuevo enfoque centrado en inversión productiva, desregulación y ventajas fiscales. La ruta de las complejas negociaciones comerciales con diversos países y regiones parece anteponer la seguridad y las alianzas estratégicas como elementos fundamentales.

En este contexto, la relación entre México y Estados Unidos no puede pensarse sólo como un vínculo comercial. La seguridad, en sus múltiples dimensiones, ha pasado al centro de la agenda económica: seguridad energética, tecnológica, laboral, sanitaria y fronteriza. Temas como la migración y el combate al crimen organizado dejaron de abordarse de manera aislada; ahora forman parte de un marco más amplio que influye directamente en la competitividad regional y en las decisiones de inversión de largo plazo.

Si México quiere consolidarse como un socio estratégico, debe asumir esta nueva lógica. La atracción de inversiones y la participación en cadenas de valor globales dependerán cada vez más de la capacidad del país para ofrecer estabilidad institucional, certeza jurídica, infraestructura moderna y un entorno favorable para los negocios. Esto incluye atender asuntos pendientes en sectores clave, como el energético, donde liberar el potencial productivo puede marcar la diferencia entre aprovechar o desaprovechar esta coyuntura.

Estas reflexiones se enriquecen con las primeras sesiones del Diálogo Global para una Economía más Competitiva, organizado por Coparmex, que en la primera semana de julio reúne a líderes empresariales de todo el país con actores clave de América del Norte, Europa, China y América Latina para analizar respuestas estratégicas ante un entorno internacional más complejo.

México, además, debe asumir el reto que representa su relación comercial con China. Requiere una relación pragmática y productiva. Hacer negocios con China no debe implicar debilitar los compromisos regionales. Aunque es indispensable reforzar los controles aduaneros, evitar triangulaciones y fomentar la producción nacional en industrias estratégicas, al mismo tiempo, se deben establecer reglas claras para asegurar que las cadenas de valor e inversiones provenientes de Asia contribuyan al desarrollo de capacidades locales y al fortalecimiento de la región. Una relación inteligente con China debe sumar a la integración de Norteamérica, no sustituirla ni fragmentarla.

Frente a la fragmentación en el mundo, Norteamérica tiene la posibilidad de presentarse como una región integrada, con capacidad de competir globalmente en sectores como manufactura avanzada, movilidad eléctrica, tecnologías de la información y energías. México debe invertir en capacidades, garantizar reglas claras y trabajar junto a sus socios para consolidar una visión compartida.

Esa integración regional también pasa por lo local. No es posible pensar en desarrollo si las pequeñas y medianas empresas, que representan la gran mayoría del tejido productivo nacional, no están incluidas en esta transformación. Su incorporación a las cadenas de valor regionales debe ser una prioridad. Esto exige políticas públicas: simplificación regulatoria, mejor acceso a crédito, formación técnica, procesos de digitalización y plataformas que las conecten con empresas globales, lo que también permitiría cumplir con mayor contenido regional.

Un paso esencial en ese sentido es conectar a las pequeñas y medianas empresas con sectores de alto contenido tecnológico, como el automotriz, aeroespacial, agroindustria avanzada, farmacéutico o la electrónica, y dotarlas de capacidades concretas para la exportación: certificaciones, cumplimiento de estándares, empaques adecuados, trazabilidad y conocimiento de regulaciones fitosanitarias. También se debe fomentar la creación de consorcios exportadores locales que compartan logística, mercadeo internacional y asistencia técnica, así como el impulso de centros de transferencia tecnológica donde universidades y empresas colaboren facilitando la innovación.

Este esfuerzo debe ir acompañado de una apuesta decidida por la educación y la capacitación. Para competir en sectores emergentes, México debe desarrollar capital humano en disciplinas clave como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEAM), además de fortalecer la formación técnica para el trabajo alineada con las necesidades de las industrias más dinámicas.

Lo que hará la diferencia es la capacidad de articular una visión nacional que coloque a México como protagonista en el nuevo orden económico global. Para eso, debemos actuar como región, integrarnos desde lo local, garantizar seguridad en todos los sentidos y fortalecer el papel del sector privado como motor de transformación.

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